• hace 4 años
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Hola, chicos, me llamo Phil, y tengo 19 años. Hace un año comencé a la universidad y me fui de casa. Dejé a mi padre con su nueva esposa, Nancy, pero todo se dio de tal manera que dejé a un hombre indefenso... y pronto podría perderlo. Está gravemente enfermo y hay muy pocas posibilidades de que se recupere. Nancy es la única culpable. Y creo, muchachos, que no estamos hablando de imprudencia aquí, sino más bien de malicia.

Bueno, su matrimonio fue muy repentino, pero no puedo culpar a mi padre por mantener su decisión en secreto. Yo tenía cinco años cuando mi madre murió, pero no me enteré hasta que tenía 12. Quiero decir, durante SIETE AÑOS, mi padre me dijo que ella nos había dejado y que algún día podría volver. Decidió decirme la verdad solo cuando estaba por casarse de nuevo y vino a contarme las buenas noticias. ¿Cómo se suponía que debía tomármelo? Me volví loco. Grité, lloré, e hice un desastre en la casa, y finalmente le di a mi papá un ultimátum: tenía que elegir entre esa mujer y yo. Él trató de hacerme cambiar de opinión, su prometida incluso intentó encontrar una manera de ganarse mi aprobación. Pero percibí todo el asunto como un gran truco sucio. Había estado esperando a mi madre durante siete años y no podía aceptar ninguna vida nueva sin ella. Naturalmente, la relación de mi padre con esa mujer terminó. La arruiné.

Situaciones como esa se repitieron en los años siguientes. Mi padre trató de conocer a diferentes mujeres, pero yo hice todo lo posible para arruinar esas relaciones. Peleaba con él, insultaba a sus novias, le decía que más le valía no atreverse a profanar el recuerdo de mi madre. Bueno... yo era un niño y despreciaba a todas estas mujeres extrañas. Mi padre ya tenía miedo de mi reacción, por lo que ocultaba cualquier relación que llegaba a tener. Y por eso no podía prometerles mucho a esas mujeres. En casa, ese tema parecía estar cerrado para siempre. Mi padre no hablaba y yo no preguntaba. Y así... pasaron años.

Pero hace un par de años, mi padre comenzó a cambiar. Se volvió más alegre y seguro de sí mismo. Noté que había comenzado a cuidar mejor su apariencia. A veces llegaba a casa del trabajo más tarde de lo habitual y estaba de buen humor. Me di cuenta de que había conocido a alguien, pero fingí que no lo había notado. Tenía 17 años, y ya no tenía nada en contra de que mi padre la pasara

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