• hace 5 años
Hola, mi nombre es Lucas. Hace poco perdí a mi mejor amigo debido al cáncer. Esta no es una historia con final feliz, pero tampoco es triste o un testimonio sobre la enfermedad. Es un relato sobre la valentía.

David y yo fuimos inseparables desde que éramos niños pequeños. Era el chico más divertido y genial que jamás conocí, y estábamos planeando ir a la universidad juntos y vivir cerca el uno del otro para siempre.

Pero todo cambió cuando le diagnosticaron cáncer. Intenté averiguar todos los detalles sobre el tema, pero él simplemente no quería hablar de eso. Dijo que le quedaban uno o dos años de vida, y realmente quería VIVIR mientras pudiera hacerlo.

Yo no lo podía creer, todo en mi vida se puso de cabeza. Tampoco podía entender lo tranquilo que estaba después de enterarse de esa terrible noticia. Pero tomé muy en serio su deseo y me di cuenta de que solo yo podía cumplir su sueño.

Comencé a planear todo lo que deberíamos hacer hasta que él empeorara, pero luego me di cuenta de que eso no era tan fácil, porque cuando le preguntaba a David qué quería hacer, él solo se encogía de hombros y decía: "Quiero divertirme".

Así que pensé: “¡divirtámonos!”. Planifiqué unos días perfectos para nosotros: iríamos al cine y veríamos todo lo que él quisiera, luego iríamos a un parque de diversiones y pasaríamos un tiempo en nuestro lugar favorito, en donde solíamos pretender que éramos caballeros y superhéroes cuando éramos niños. Era más como un bosque que un parque, en realidad.
Ese día debía terminar con pizza y videojuegos.

Todo fue súper divertido. Llegamos al parque y comenzamos a recordar todos los buenos momentos que habíamos tenido allí y a contar chistes tontos que solo los mejores amigos pueden entender. Pasamos junto a una anciana a quien llamábamos abuela. Estaba sola, alimentando pájaros en el parque.

Después de haber dado algunos círculos por el lugar, notamos que la abuela estaba actuando de una manera muy rara. Ella... dejó caer su bastón, y apenas podía mantenerse en pie. Y luego se cayó al suelo. ¡Nos quedamos impactados!

Corrimos hacia ella para ver si estaba bien, pero no nos respondió. Estaba inconsciente.

David y yo nos miramos, ambos en pánico. Me puse de pie y comencé a caminar en círculos diciendo: “David, ¿qué debemos hacer? ¿¡Qué debemos hacer!?”. Él estaba sentado junto a la abuela, pensando. Estaba tan asustado como yo, pero se lo notaba muy tranquilo al mismo tiempo.

"¡Deberíamos llamar a una ambulancia!", dijo. Le contesté: "Pero no pueden llegar aquí, ¡el camino es demasiado angosto para una ambulancia!". Sin embargo, David repitió: "¡Llama a la emergencia! La llevaremos hasta la carretera”. Exhalé, busqué a tientas mi teléfono e intenté usarlo, pero mis palmas estaban sudorosas y temblorosas, y realmente no podía hacerlo. David tomó su celular, llamó a una ambulancia y explicó la situación.

Entonces, los dos agarr

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