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Este es Lucas, y no sabe leer. No está ciego, tampoco es tonto, nada de eso. Es disléxico. A grandes rasgos, significa que es físicamente incapaz de leer y escribir. O, mejor dicho, puede hacerlo, pero lo hace 100 veces más lento que otras personas. ¡Pero no te sientas mal por él! Es feliz así. Esta es la historia de lo que le ocurrió.
Sus padres siempre le dijeron que necesitaba ser el mejor en los estudios para sobresalir en la vida. Los dos son muy exitosos; su papá es abogado y su mamá es física. Su futuro ya estaba bastante definido desde el día en que nació. Iba a convertirse en nada menos que un neurocirujano. Lucas recuerda que, en sus primeros años, ya realizaba todo tipo de actividades: matemática, ciencia para niños, cosas como esas. Lo único que confundía a sus padres era el hecho de que no lograba aprender a leer. Pero aún era muy pequeño y, ya que iba a ir a la escuela, decidieron que lo mejor sería que aprendiera allí.
Cuando comenzó la escuela, Lucas notó de inmediato que era más lento que los otros niños. Era extraño, nunca había parecido tonto antes. Su mente era rápida, y entendía fácilmente todo lo que le explicaban. Pero, a la hora de leer o de trabajar con cualquier material escrito, daba la impresión de que tenía verdaderos problemas. Escribir era peor. Para Lucas, las letras parecían manchas de agua que cambiaban de forma y tamaño todo el tiempo. Sus maestros le decían “Concéntrate, concéntrate”. Pero ¿qué podía hacer, si para él eran como moscas huyendo del papel?
Lucas aún recuerda la primera vez que tuvo un examen con calificaciones. Él sabía que era muy importante llevar un buen resultado a sus padres, mostrarles que no era estúpido. Hizo lo mejor que pudo, pero solo logró responder 3 de las 12 preguntas. No entendía por qué… Estas no eran difíciles, sabía las respuestas. Pero le llevaba mucho tiempo entender lo que estaba escrito y contestar. Sudaba como loco. Lo último que logró hacer fue escribir su nombre, Lucas Velazco, en el papel. Mientras la maestra los calificaba, le pidió a él que se pusiera de pie y leyera su nombre escrito en el examen. “Lucas Velazco”, dijo. Ella insistió en que lo leyera bien. Después de esforzarse, leyó lo que realmente había escrito. Decía “Lucas Vevazco”. Todos se rieron, y él se sentía muy avergonzado. “Vevazco” se convirtió en su apodo desde entonces.
Fue un día triste, para Lucas. Lo único que recibió fueron las burlas de los demás y un 1. Decidió no sufrir en silencio, y habló con sus padres. Ellos no se pusieron muy contentos cuando les contó que su nota era casi un 0. Pero, cuando habló sobre sus problemas con las letras que se desvanecían, decidieron llevarlo a una oftalmóloga. Ella revisó sus ojos y confirmó que estaban perfectos, pero propuso que lo llevaran a otro doctor especializado en problemas de aprendizaje. Era una pe
Este es Lucas, y no sabe leer. No está ciego, tampoco es tonto, nada de eso. Es disléxico. A grandes rasgos, significa que es físicamente incapaz de leer y escribir. O, mejor dicho, puede hacerlo, pero lo hace 100 veces más lento que otras personas. ¡Pero no te sientas mal por él! Es feliz así. Esta es la historia de lo que le ocurrió.
Sus padres siempre le dijeron que necesitaba ser el mejor en los estudios para sobresalir en la vida. Los dos son muy exitosos; su papá es abogado y su mamá es física. Su futuro ya estaba bastante definido desde el día en que nació. Iba a convertirse en nada menos que un neurocirujano. Lucas recuerda que, en sus primeros años, ya realizaba todo tipo de actividades: matemática, ciencia para niños, cosas como esas. Lo único que confundía a sus padres era el hecho de que no lograba aprender a leer. Pero aún era muy pequeño y, ya que iba a ir a la escuela, decidieron que lo mejor sería que aprendiera allí.
Cuando comenzó la escuela, Lucas notó de inmediato que era más lento que los otros niños. Era extraño, nunca había parecido tonto antes. Su mente era rápida, y entendía fácilmente todo lo que le explicaban. Pero, a la hora de leer o de trabajar con cualquier material escrito, daba la impresión de que tenía verdaderos problemas. Escribir era peor. Para Lucas, las letras parecían manchas de agua que cambiaban de forma y tamaño todo el tiempo. Sus maestros le decían “Concéntrate, concéntrate”. Pero ¿qué podía hacer, si para él eran como moscas huyendo del papel?
Lucas aún recuerda la primera vez que tuvo un examen con calificaciones. Él sabía que era muy importante llevar un buen resultado a sus padres, mostrarles que no era estúpido. Hizo lo mejor que pudo, pero solo logró responder 3 de las 12 preguntas. No entendía por qué… Estas no eran difíciles, sabía las respuestas. Pero le llevaba mucho tiempo entender lo que estaba escrito y contestar. Sudaba como loco. Lo último que logró hacer fue escribir su nombre, Lucas Velazco, en el papel. Mientras la maestra los calificaba, le pidió a él que se pusiera de pie y leyera su nombre escrito en el examen. “Lucas Velazco”, dijo. Ella insistió en que lo leyera bien. Después de esforzarse, leyó lo que realmente había escrito. Decía “Lucas Vevazco”. Todos se rieron, y él se sentía muy avergonzado. “Vevazco” se convirtió en su apodo desde entonces.
Fue un día triste, para Lucas. Lo único que recibió fueron las burlas de los demás y un 1. Decidió no sufrir en silencio, y habló con sus padres. Ellos no se pusieron muy contentos cuando les contó que su nota era casi un 0. Pero, cuando habló sobre sus problemas con las letras que se desvanecían, decidieron llevarlo a una oftalmóloga. Ella revisó sus ojos y confirmó que estaban perfectos, pero propuso que lo llevaran a otro doctor especializado en problemas de aprendizaje. Era una pe
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