• el año pasado
No voy a criticar al Rey, porque a la hora de la verdad sólo llega hasta donde el Gobierno Frankenstein le deja llegar y su discurso había sido revisado, corregido y censurado por los comisarios políticos de La Moncloa.

Felipe VI ha inaugurado la XV Legislatura haciendo en el Congreso de los Diputados una reiterada y cerrada defensa de la Constitución.

En tono funerario, el Monarca ha remachado que es el "marco democrático”, para "convivir y prosperar en libertad”, que permite una "España cohesionada y unida".

A algún despistado puede llamarle la atención que el Rey haya insistido tanto en la defensa de nuestra Ley de leyes, 45 años después de su aprobación; o que haya sentido la necesidad de recordar a diputados y senadores que "nuestra obligación es legar a los españoles más jóvenes una España sólida, unida, sin divisiones ni enfrentamientos”.

No tenía otra Felipe VI, porque a unos metros, con cara de pánfilo, sesteaba el socialista Sánchez, presidente del Gobierno gracias a su claudicante alianza con la recua de separatistas, delincuentes y antiespañoles que en las pasadas elecciones generales pilló algún escaño.

Tiene su lógica que los peseteros del PNV y los chavistas de Sumar no aplaudieran al Monarca o que los facinerosos de ERC, Junts, Bildu y BNG ni siquiera asistieran a la sesión.

Como tiene su lógica que los de VOX y PP no batieran palmas cuando intervino la sectaria Francina Armengol, la de la persecución a los hispanohablantes y las niñas prostituidas en Baleares, premiada por Sánchez con la presidencia del Congreso.

Cuando hablas para la mitad de la Cámara y sueltas un mitin del PSOE, lo normal es que sólo te ovacione la mitad de la Cámara, los del PSOE y resto de la Coalición Frankenstein, que son precisamente tus compadres.

Pasando por alto la chabacanería y el ramplón discurso de Armengol, produce vergüenza ajena escuchar a la paisana criticar la "opacidad" o reivindicar el parlamento como "faro del debate político”, justo cuando su jefe está negociando a escondidas con el golpista Puigdemont, usando de intermediarios a unos anónimos ‘verificadores internacionales’.

El Congreso de los Diputados, ante el que habló con tanta cautela el Rey, es donde se debería debatir el futuro de España, que en realidad y para vergüenza nuestra se ventila en Ginebra.

Como si esto fuera la Franja de Gaza o los catalanes rusos y ucranianos del atormentado Dombás.

Y lo más acongojante es que aún veremos cosas peores.

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