• el año pasado
Habría que reseñar, quizá, que los Hutíes de Yemen, que disparan como posesos contra los petroleros y barcos mercantes que pasan por el estrecho de Bab el-Mandeb, han felicitado al socialista Sánchez por haber desertado de la misión militar organizada por Estados Unidos para mantener despejado y seguro el tráfico marítimo en el Mar Rojo.
A estás alturas y contando ya con los parabienes de los violadores de Hamas, de psicópatas como el etarra Txapote y de los xenófobos de Junts, al jefe del PSOE sólo le falta recibir la enhorabuena de los terroristas de Boko Haram y la de los todavía encarcelados salvajes de la Manada de Sanfermín.
No voy a pararme hoy en eso y ni siquiera en el acojone que le entró al portavoz adjunto de Más Madrid al ver acercarse a su estrado, hecho una furia, al portavoz de VOX Ortega-Smith, contra el que cargan histéricos desde hace unos días todos los progres, los periodistas del pesebre monclovita, El Mundo, ABC, La Razón y hasta los siempre tibios dirigentes del PP.
Eso lo dejó para mañana, porque hoy veo que andan los medios de comunicación obsesionados con el mensaje del Rey en Navidad.
Lo importante no es si los socialistas, haciendo de la necesidad virtud, tratan de arriman el ascua a su podrida sardina y ponen en el acento en que el Monarca habló de ‘concordia’.
Tampoco veo relevante que los proetarras, los separatistas y los chavistas critiquen enfurruñados el discurso, subrayando que Felipe VI insistió en la unidad de España.
Lo primordial, damas y caballeros, es que el Jefe del Estado de un país miembro de la Unión Europea, el rey legítimo de una de las naciones más antiguas y gloriosas de la Historia, tenga que dedicar 13 minutos a defender la Constitución.
Tanto el tono como el contenido del Discurso de Nochebuena son insólitos y reflejan la gravedad del momento que atraviesa España, por culpa de la enfermiza ambición de un tipo apellidado Sánchez y de la sonrojante amoralidad de un partido llamado PSOE.
Cierto que nuestra Constitución no tiene los 234 años de la de EEUU, pero lleva ya en vigor 45 y en un país normal, con gente normal y dirigentes políticos normales, debería darse por descontado que no se cuestiona ni se pone en entredicho.
El Rey, eligiendo las palabras como quien cruza un campo de minas, se ha visto forzado a enunciar obviedades, que en los titulares de prensa se resaltan como si fueran ‘bombazos’.
Subrayar que fuera del respeto a la Constitución ‘no hay democracia ni convivencia posibles; no hay libertades sino imposición; no hay ley, sino arbitrariedad’, parece en la España de Sánchez un atrevimiento, cuando es de cajón.
Defender la unidad de la Patria, recordando que reposa sobre 'profundas raíces históricas y culturales’, es también palmario.
Lo que no es de recibo, ni racional, ni digno, es que tengamos de okupante en La Moncloa a un tipejo que se agarra, como guacamayo a la percha, a todos los enemigos de España embarcados en la tarea de echar todo abajo.

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