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Con las prisas de la vida moderna, muchos optamos por comer deprisa, creyendo que así ahorramos tiempo. 

Pero este hábito aparentemente inofensivo puede causar problemas de salud, como exceso de gases, dificultad para digerir e incluso un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas.

Comer deprisa suele provocar la ingestión de aire en exceso, lo que se conoce como aerofagia, que puede causar malestar, hinchazón y dolor abdominal. 

Además, una masticación insuficiente hace que los alimentos lleguen al estómago poco descompuestos.

Esto requiere un mayor esfuerzo metabólico para la digestión y deja residuos insuficientemente procesados en el intestino. Otro punto crítico es la dificultad para reconocer las señales de saciedad. 

Como la hormona leptina, responsable de señalizar que estamos satisfechos, tarda entre 20 y 30 minutos en actuar, comer precipitadamente hace que consumas más alimentos de los que necesitamos.

Para evitar estos problemas, conviene bajar el ritmo durante las comidas. Mastica los alimentos con calma, presta atención a las señales de tu cuerpo e intenta disfrutar del momento. 

Tomar el tiempo necesario para comer con calma no sólo puede mejorar la digestión, sino también reducir el riesgo de complicaciones graves para la salud, favoreciendo el bienestar a largo plazo.
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