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En un salón de baile de Bowery encontramos a Mary Rollins en compañía con esas pobres almas que caminan por el Valle de la Sombra de la Muerte. Uno de ellos es un joven cuya madre aparece y trata de sacarlo del lugar, pero los llamamientos son en vano y ella va a la pequeña misión, donde se encuentra al reverendo John Stanton que, como buen pastor que es, acepta ir a buscarlo para traerlo de vuelta. La entrada de Stanton en el salón de baile ocasiona viles burlas por parte de la multitud, y de hecho lo habrían agredido si no los hubiera intimidado con una exhibición de forzada agresividad. Allí se encuentra con Mary, a través de cuya mirada ve un alma pura que está siendo empujada por las condiciones al atolladero del crimen. Antes de irse con el chico Stanton entrega tarjetas en las que está impreso el Salmo 23. Estas líneas la impresionan tan profundamente que se siente atraída para escuchar las palabras de ánimo predicadas por el bondadoso Sr. Stanton en la pequeña misión. Con cuanta fuerza le atraen las palabras de las Sagradas Escrituras: "Que se avergüencen los que transgreden sin causa", cuando llega a su casa y se ve obligada a unirse a su padre y a su hermano en un robo; El mandato "No robarás" nunca pareció tan terrible como ahora. Sin embargo, debe inclinarse ante lo inevitable y acompañarlos. Por singular coincidencia el lugar elegido son los apartamentos del Rev. Sr. Stanton. María y su hermano están en la habitación cuando son sorprendidos por el ministro, quien al principio se inclina a entregarlos a la policía, pero algo bueno ve en el de María rostro triste que lo hace desistir y les deja marchar. María se había quedado con el reloj y la cadena del ministro pero, enfrentándose con su padre y su hermano, vuelve sobre sus pasos y regresa al apartamento. El Sr. Stanton aprovecha esta oportunidad para suplicarle que renuncie a su vida presente y vaya por mejor camino, y aunque ella escucha la oración: "Señor, muéstrame tus caminos, enséñame tus sendas.", siente lo débil que es, pero el buen hombre la anima hablándole de la omnipotencia de la gracia de Dios, así que ella sigue luchando y, finalmente, la encontramos en la pequeña capilla, con los brazos extendidos y el rostro hacia arriba con la promesa: "Y en la casa del señor habitaré para siempre. ", terminando así uno de los temas pictóricos más hermosos jamás producidos.
En un salón de baile de Bowery encontramos a Mary Rollins en compañía con esas pobres almas que caminan por el Valle de la Sombra de la Muerte. Uno de ellos es un joven cuya madre aparece y trata de sacarlo del lugar, pero los llamamientos son en vano y ella va a la pequeña misión, donde se encuentra al reverendo John Stanton que, como buen pastor que es, acepta ir a buscarlo para traerlo de vuelta. La entrada de Stanton en el salón de baile ocasiona viles burlas por parte de la multitud, y de hecho lo habrían agredido si no los hubiera intimidado con una exhibición de forzada agresividad. Allí se encuentra con Mary, a través de cuya mirada ve un alma pura que está siendo empujada por las condiciones al atolladero del crimen. Antes de irse con el chico Stanton entrega tarjetas en las que está impreso el Salmo 23. Estas líneas la impresionan tan profundamente que se siente atraída para escuchar las palabras de ánimo predicadas por el bondadoso Sr. Stanton en la pequeña misión. Con cuanta fuerza le atraen las palabras de las Sagradas Escrituras: "Que se avergüencen los que transgreden sin causa", cuando llega a su casa y se ve obligada a unirse a su padre y a su hermano en un robo; El mandato "No robarás" nunca pareció tan terrible como ahora. Sin embargo, debe inclinarse ante lo inevitable y acompañarlos. Por singular coincidencia el lugar elegido son los apartamentos del Rev. Sr. Stanton. María y su hermano están en la habitación cuando son sorprendidos por el ministro, quien al principio se inclina a entregarlos a la policía, pero algo bueno ve en el de María rostro triste que lo hace desistir y les deja marchar. María se había quedado con el reloj y la cadena del ministro pero, enfrentándose con su padre y su hermano, vuelve sobre sus pasos y regresa al apartamento. El Sr. Stanton aprovecha esta oportunidad para suplicarle que renuncie a su vida presente y vaya por mejor camino, y aunque ella escucha la oración: "Señor, muéstrame tus caminos, enséñame tus sendas.", siente lo débil que es, pero el buen hombre la anima hablándole de la omnipotencia de la gracia de Dios, así que ella sigue luchando y, finalmente, la encontramos en la pequeña capilla, con los brazos extendidos y el rostro hacia arriba con la promesa: "Y en la casa del señor habitaré para siempre. ", terminando así uno de los temas pictóricos más hermosos jamás producidos.
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