Negueira de Muñiz (Lugo), 30 mar (EFE). (Imágenes: Eliseo Trigo).- Un buen día varias personas decidieron instalarse en Negueira de Muñiz (Lugo), un lugar que en los años 60 asistió al nacimiento de una comuna hippy. El gran motor de vida es la agricultura ecológica, con la que combaten el éxodo rural. Hoy hacen lo propio con una enorme crisis sanitaria.
Lejos de las aglomeraciones, Luz Rossel trabaja a diario en el lugar de Ernes. Sus tomates, pimientos y lechugas no se ven mermados por las restricciones del estado de alarma motivado por la pandemia del COVID-19. Aunque sí se enfrenta a una reducción de las ventas.
Su aldea está entre los 26 núcleos que se hallan esparcidos en los 72 kilómetros cuadrados del término municipal del ayuntamiento menos poblado de Galicia, el de Negueira de Muñiz. Su padrón es de 215 habitantes. Carece de supermercado y únicamente cuenta con un médico dos veces por semana.
En los años cincuenta este municipio quedó dividido en dos con la construcción del embalse de Salime sobre el cauce del Río Navia. La falta de puentes propició que aquellos que moraban la orilla aislada optasen por emigrar. Y fue ese abandono el que se convirtió entonces en un atractivo para muchos hippies, que, sin duda, se organizaron.
Esta es la historia de un paraíso que experimentó un tránsito de gentes procedentes de diferentes ciudades españolas y europeas, y que continúan viviendo de un modo alternativo, aunque ya gocen en la actualidad de infraestructuras para moverse sin necesidad de barcas.
En esa tesitura, apareció hace 28 años la belga Luz. "Me marché buscando un poco la naturaleza, de lo que vemos, y también mi propia naturaleza", cuenta a Efe la agricultora que crió a sus dos hijos en este gran paraje montañoso que limita con el Principado de Asturias.
Con el objetivo de fijar población en la zona, creó junto a Dora Cabaleiro la cooperativa Ribeira do Navia, a través de la cual transforman sus hortalizas y comercializan conservas y productos ecológicos como miel, mostaza, mermeladas e incluso ketchup casero.
"Ahora mismo estamos a tope, haciendo producción de todo. El tiempo está ayudando para trabajar y son productos de primera calidad", abunda Luz, que cuenta que las medidas tomadas por las autoridades para frenar la expansión de la pandemia les impiden vender sus alimentos en ferias, al haber sido suspendidas.
Al no entender que se pueda adquirir comida en grandes superficies y no en mercados al aire libre, han redactado un manifiesto en defensa de la economía de "los pequeños productores".
En el reparto de productos a domicilio sus cifras han caído en días en los que la gente organiza víveres de una manera diferente. Y, sin cuestionar la imprescindible lucha contra el patógeno, Rossel apunta, en lo referente a la cancelación de mercados, que "salud es más que intentar prevenir que nos contagiemos, pues son más cosas".
"La ciudadanía tiene que poder acceder a la alimentación a la que accedía
Lejos de las aglomeraciones, Luz Rossel trabaja a diario en el lugar de Ernes. Sus tomates, pimientos y lechugas no se ven mermados por las restricciones del estado de alarma motivado por la pandemia del COVID-19. Aunque sí se enfrenta a una reducción de las ventas.
Su aldea está entre los 26 núcleos que se hallan esparcidos en los 72 kilómetros cuadrados del término municipal del ayuntamiento menos poblado de Galicia, el de Negueira de Muñiz. Su padrón es de 215 habitantes. Carece de supermercado y únicamente cuenta con un médico dos veces por semana.
En los años cincuenta este municipio quedó dividido en dos con la construcción del embalse de Salime sobre el cauce del Río Navia. La falta de puentes propició que aquellos que moraban la orilla aislada optasen por emigrar. Y fue ese abandono el que se convirtió entonces en un atractivo para muchos hippies, que, sin duda, se organizaron.
Esta es la historia de un paraíso que experimentó un tránsito de gentes procedentes de diferentes ciudades españolas y europeas, y que continúan viviendo de un modo alternativo, aunque ya gocen en la actualidad de infraestructuras para moverse sin necesidad de barcas.
En esa tesitura, apareció hace 28 años la belga Luz. "Me marché buscando un poco la naturaleza, de lo que vemos, y también mi propia naturaleza", cuenta a Efe la agricultora que crió a sus dos hijos en este gran paraje montañoso que limita con el Principado de Asturias.
Con el objetivo de fijar población en la zona, creó junto a Dora Cabaleiro la cooperativa Ribeira do Navia, a través de la cual transforman sus hortalizas y comercializan conservas y productos ecológicos como miel, mostaza, mermeladas e incluso ketchup casero.
"Ahora mismo estamos a tope, haciendo producción de todo. El tiempo está ayudando para trabajar y son productos de primera calidad", abunda Luz, que cuenta que las medidas tomadas por las autoridades para frenar la expansión de la pandemia les impiden vender sus alimentos en ferias, al haber sido suspendidas.
Al no entender que se pueda adquirir comida en grandes superficies y no en mercados al aire libre, han redactado un manifiesto en defensa de la economía de "los pequeños productores".
En el reparto de productos a domicilio sus cifras han caído en días en los que la gente organiza víveres de una manera diferente. Y, sin cuestionar la imprescindible lucha contra el patógeno, Rossel apunta, en lo referente a la cancelación de mercados, que "salud es más que intentar prevenir que nos contagiemos, pues son más cosas".
"La ciudadanía tiene que poder acceder a la alimentación a la que accedía
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