Tlaloc.

  • hace 12 años
El año pasado quise subir a lo más alto del Tláloc, por encima de los 4000 mts. sobre el nivel del mar. Estuve orientándome en le mapa y ví que lo que me más me convenía era salir de San Pablo Ixhayoc. Me levanté temprano y, sin desayunar, me dirigí a dicho pueblo con única intención de conocer el camino que entraba en el bosque.

Una vez en el pueblo, la primera persona a la que pregunté me dijo: “con ese tsuru puedes llegar hasta el Tlaloc”. Me agradó la idea, ya que desde allí se ven los volcanes Ixtlazihuatl y Popocatepetl completamente nevados. Comencé a subir lentamente ya que el camino no estaba en buena condiciones. Hasta que le coche no dio de más.

Pensando que ya habría avanzado mucho, dejé el coche y comencé a caminar. A eso de las 12 horas, veo una camioneta de doble cabina que sube por el camino. Pido que paren y al hacerlo me encuentro con 6 hombres armados, tres adelante y los otros tres atrás. No conozco a nadie. Les pregunto por el Tlaloc y me dicen que suba atrás. Entre saltos y trompicones avanzamos una media hora hasta que la camioneta comenzó a patinar y ahí se quedó. Conversan entre ellos sobre si seguimos caminando o no. 5 se animan. Me da una gran alegría. Al cabo de otra media hora se escucha el ruido de una sierra de algún talador furtivo. Me piden que les acompañe para interceptarlo, pero es tanto el deseo de llegar a la meta sin mirar atrás, que les ruego me señalen el camino para ir avanzando sólo. Lo hacen prometiendo que luego me alcanzarían. No los volví a ver. Era la una de la tarde.

Sigo subiendo y encuentro la nieve que no me abandonará hasta el final. Está todo el bosque nevado. Son las 2 de la tarde. No he comido. Bebo de la nieve después de limpiar la parte superior como lo hacía en mi pueblo. La altura me agobia. Me tengo que parar cada 100 metros y descansar. No quiero dar marcha atrás. A cada paso me imagino que ya he llegado a la cima, pero la profusión de árboles no me permiten ver más allá de 50 metros. A las 3 vislumbro los dos nevados, Ixtlazihuatl y Popocatepetetl en todo su esplendor. Conseguí lo que quería. Ahora me toca regresar.

La falta de alimentos y el cansancio me provocan alucinaciones. Me veo subido al coche , sin arrancarlo, cómodamente sentado, comiendo una caja de galletas que he dejado dentro y bebiendo una botella de agua a sorbos para que me dure más.

Ya no sigo el sendero. Afortunadamente cuento con un reloj GPS con el cual marqué la posición del coche. Me voy en línea recta hacia él entre maleza, barrancos, hierba alta, matorros y espinos. Creo que en una hora llegaré, pero cuando aparece una pequeña subida se me hace tan costoso, que ahí se me van momentos de oro. Me quedan 200 mts para llegar. Me esperan las galletas y el agua, y un cómodo asiento para descansar.

Veo el Tsuru, meto la mano en el bolso para asegurarme que no he perdido las llaves. Las tengo. Las saco. Llego y abro el carro. Me dejo caer completamente en el asiento y lentamente tomo la caja, la abro y empiezo a comer. Me saben a gloria. Con ellas y el agua repongo fuerzas. No quiero arrancar hasta que termine. Tengo todo el tiempo del mundo para mi. Espero poder dar vuelta en aquel camino estrecho y empinado. Lo consigo y comienzo la bajada lentamente, sin prisas. La casa me queda a 10 kms. de distancia. Cuando llego ya es de noche.

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