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La procrastinación es un hábito que afecta a muchas personas en su día a día.

Sin embargo, no es una condena: con algunas estrategias prácticas, podemos aprender a gestionar esta tendencia y reducir sus efectos negativos. 

Dar el primer paso: Establecer un umbral mínimo puede bastar para romper la inercia. Una vez empezada la actividad, muchas personas descubren que la tarea no es tan estresante o difícil como imaginaban.

Entienda por qué: Detrás de la procrastinación puede haber miedos muy arraigados, como el miedo al fracaso o la ansiedad. Reconocer estas emociones es el primer paso para afrontarlas.

Clasificar la procrastinación: no todas las procrastinaciones son iguales. Algunas son inevitables, otras tienen su origen en la necesidad de sentirse presionado. Comprender la naturaleza de la procastinación puede ayudarte a gestionarla mejor.

Utiliza la procrastinación a tu favor: Organiza tu lista de tareas colocando las más importantes en la parte superior y las menos importantes debajo: aunque sigas aplazando lo que es prioritario, habrás conseguido algo.

Piense en su futuro: A menudo imaginamos un futuro en el que tendremos más energía. Sin embargo, es poco probable que esto cambie drásticamente. Dedica 10 minutos a visualizar tu «yo» de mañana: qué harás, cómo te sentirás y por qué no es tan diferente de lo que puedes hacer ahora.

Evita las tentaciones: Si sabes que el móvil te distrae, siléncialo. Si un compañero te quita energía, evita el contacto. Desarrolla planes de contingencia para hacer frente a las tentaciones.

No sea demasiado duro consigo mismo: culparse y autocriticarse en exceso no ayuda. Trátate a ti mismo con la misma amabilidad con la que tratarías a un amigo.
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