Cuando EL PAÍS pregunta a grandes maestros judíos por qué la élite del ajedrez está repleta de ellos a lo largo de la historia, la respuesta va casi siempre en la misma dirección: el ajedrez se puede practicar casi a escondidas, en cualquier rincón de cualquier país, estimula mucho el intelecto sin necesidad de llamar la atención, y también es una válvula de escape para un pueblo perseguido con enorme crueldad a lo largo de los siglos. Salo Flohr (1908-1983) es un claro ejemplo de todo ello; este vídeo glosa una de sus partidas más brillantes, frente a Lisitsin, en el torneo de Moscú de 1935.
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