Ésta es la historia del impune asesinato del profesor de ping-pong argentino del Club Toluca, Mario Palacios Montarcé.
El periódico La Mañana Neuquén estaba desparramado en una mesa de ping-pong, con la sección "Policiales" abierta. Oscar Ottón, entrenador auxiliar de la selección argentina de tenis de mesa, clavó la mirada en el titular: «Asesinan a neuquino en asalto, en México.» Incrédulo, leyó el sumario de la nota: «Ocurrió el viernes pasado, sus restos llegaron a Neuquén y hoy recibirán sepultura. Conmoción local.»
El argentino muerto al que se refería la noticia ese 28 de noviembre de 2003 era Mario Palacios Montarcé, joven profesor que 10 años atrás había enseñado a Ottón sus primeros golpes en una bodega petrolera adaptada como club de pingponistas.
«Dos meses antes de morir vino a un torneo a Neuquén. Lo sentí contento de vivir en Toluca», me dice Ottón, moreno y de bigote delineado, en un oscuro rincón del Club Pacífico de Neuquén -ciudad de La Patagonia, en Argentina-, con el castañear de las pequeñas pelotas blancas que conectan sus pupilos, como telón de fondo.
El día que leyó la nota periodística, Ottón habló por teléfono con Doelia Montarcé, madre de su maestro: Mario -le confirmó la mujer- había sido víctima circunstancial del asalto a una panadería.
Por dos años, Ottón creyó esa historia. «A Mario lo mataron porque se involucró con la mujer de alguien muy poderoso en México», lo corrigió un entrenador de la selección mexicana de tenis de mesa, que en abril de 2004 visitó Buenos Aires para asistir al Campeonato Latinoamericano Pre-Infantil.
Sorprendido, Ottón buscó en ese mismo evento a Fernando Serrano Almudí, papá de un niño del mismo nombre ("Fernandito", el más destacado alumno mexicano de Mario) que ahí competía: «Serrano me corroboró -dice Ottón- que en Toluca se decía que lo habían mandado matar por una revancha.»
El periódico La Mañana Neuquén estaba desparramado en una mesa de ping-pong, con la sección "Policiales" abierta. Oscar Ottón, entrenador auxiliar de la selección argentina de tenis de mesa, clavó la mirada en el titular: «Asesinan a neuquino en asalto, en México.» Incrédulo, leyó el sumario de la nota: «Ocurrió el viernes pasado, sus restos llegaron a Neuquén y hoy recibirán sepultura. Conmoción local.»
El argentino muerto al que se refería la noticia ese 28 de noviembre de 2003 era Mario Palacios Montarcé, joven profesor que 10 años atrás había enseñado a Ottón sus primeros golpes en una bodega petrolera adaptada como club de pingponistas.
«Dos meses antes de morir vino a un torneo a Neuquén. Lo sentí contento de vivir en Toluca», me dice Ottón, moreno y de bigote delineado, en un oscuro rincón del Club Pacífico de Neuquén -ciudad de La Patagonia, en Argentina-, con el castañear de las pequeñas pelotas blancas que conectan sus pupilos, como telón de fondo.
El día que leyó la nota periodística, Ottón habló por teléfono con Doelia Montarcé, madre de su maestro: Mario -le confirmó la mujer- había sido víctima circunstancial del asalto a una panadería.
Por dos años, Ottón creyó esa historia. «A Mario lo mataron porque se involucró con la mujer de alguien muy poderoso en México», lo corrigió un entrenador de la selección mexicana de tenis de mesa, que en abril de 2004 visitó Buenos Aires para asistir al Campeonato Latinoamericano Pre-Infantil.
Sorprendido, Ottón buscó en ese mismo evento a Fernando Serrano Almudí, papá de un niño del mismo nombre ("Fernandito", el más destacado alumno mexicano de Mario) que ahí competía: «Serrano me corroboró -dice Ottón- que en Toluca se decía que lo habían mandado matar por una revancha.»
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