Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado. Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme. Aquí estoy sumamente perturbado, y tú, Señor, ¿hasta cuándo?... Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión. Pues, ¿quién se acordará de ti entre los muertos? ¿Quién te alabará donde reina la muerte?
El libro de los Salmos es una colección de poemas y canciones que cubren una amplia gama de emociones humanas, desde la adoración y la alegría, hasta el lamento y la desesperación. En el capítulo 6, el salmista se encuentra en medio de una gran angustia física y emocional, y suplica a Dios que le muestre misericordia y sanación.
El salmista comienza por reconocer su propia fragilidad física, diciendo: “Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues con tu ira.” Él sabe que sólo la compasión de Dios es capaz de sanarlo y renovarlo. De hecho, luego de describir sus dolencias, que incluyen un cansancio extremo, una febrilidad constante y un dolor físico intenso, el salmista declara: “Me he cansado de gemir; cada noche inundo de llanto mi lecho, mis lágrimas riegan mi cama” (v. 6). Él siente como si su vida estuviera a punto de terminar, como si estuviera al borde de la tumba.
Sin embargo, incluso en medio de su profundo dolor, el salmista no pierde su fe en Dios. Él clama por la misericordia de Dios, diciendo: “Sana, Señor, mi alma, porque contra ti he pecado” (v. 3). El salmista sabe que sólo Dios puede perdonar sus pecados y sanar su cuerpo y alma. Él espera confiadamente que Dios le escuche y responda su clamor: “Alégrese mi alma en tu salvación” (v. 5).
Este salmo nos muestra que es lícito presentar a Dios nuestras necesidades y sufrimientos, pero también nos enseña que nuestra postura debe ser humilde y confiada. Debemos reconocer nuestra debilidad y pecado, pero a la vez, esperar en la misericordia y el poder de Dios.
Como católicos, podemos relacionarnos con el salmista de muchas maneras, ya que también vivimos con nuestras debilidades y fragilidades. Pero el salmo nos muestra que Dios siempre está cerca de nosotros, que nos escucha y nos responde. Podemos confiar en su amor y en su poder para sanarnos y renovarnos.
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Sin embargo, incluso en medio de su profundo dolor, el salmista no pierde su fe en Dios. Él clama por la misericordia de Dios, diciendo: “Sana, Señor, mi alma, porque contra ti he pecado” (v. 3). El salmista sabe que sólo Dios puede perdonar sus pecados y sanar su cuerpo y alma. Él espera confiadamente que Dios le escuche y responda su clamor: “Alégrese mi alma en tu salvación” (v. 5).
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Como católicos, podemos relacionarnos con el salmista de muchas maneras, ya que también vivimos con nuestras debilidades y fragilidades. Pero el salmo nos muestra que Dios siempre está cerca de nosotros, que nos escucha y nos responde. Podemos confiar en su amor y en su poder para sanarnos y renovarnos.
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