• hace 7 meses
Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Así se podría resumir la relación económica de Alemania con China. Por un lado, Berlín está intentando poner distancias con el gigante asiático tras lo visto con las cadenas de suministro durante el covid y la feroz competencia en sectores como el del automóvil. Por el otro, su gripado motor industrial sigue dependiendo en gran medida de los pedidos que se hacen desde Pekín. Si no es sorber y soplar al mismo tiempo, se le parece: reducir la dependencia de China al tiempo que se espera que la recuperación de su economía le devuelva algo de vigor al golpeado sector industrial alemán (el invierno se está haciendo largo sin el gas ruso). La mala noticia para Berlín, alertan algunos expertos, es que las cosas han cambiado demasiado y ni siquiera una fuerte recuperación de una dubitativa economía china tras el covid garantizaría algo de oxígeno para la tradicional locomotora europea, siempre tan volcada a las exportaciones.

Los movimientos en zigzag del gobierno del canciller Olaf Scholz con China son un fiel reflejo de todo esto. El verano pasado el Ejecutivo presentaba una estrategia de reducción de riesgos (de-risking en inglés), que marcaba distancias con el "desacoplamiento" defendido por Washington pero que al mismo tiempo buscaba reducir la dependencia de China, precisamente bajo un argumento inapelable: China cada vez vende más a Alemania (diodos, transistores, semiconductores y circuitos electrónicos integrados) y Alemania cada vez vende menos a China (maquinaria, productos químicos y automóviles).

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