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La última vez que apareció un partido nuevo que rompió el duopolio de la política estadounidense fue hace 190 años, cuando nació el Partido Whig (una palabra que no significa nada), una formación conservadora que agrupaba más o menos a la naciente clase media y burguesía industrial y cuya implosión tras dos décadas en las que llevó a cuatro de sus miembros a la Presidencia acabó generando el Partido Republicano.

Desde entonces, la idea de un partido que rompa el duopolio demócrata-republicano ha sido una constante. Y también un fracaso. No sólo un fracaso para los partidos independientes sino, también, para los que presentan una ideología más similar a ellos. George Bush padre perdió frente a Bill Clinton en 1992 por la irrupción de un protoTrump, el millonario Ross Perot. Con un mensaje populista y aislacionista y una retórica de hombre hecho a sí mismo, Perot se llevó el 19,9% de los votos, dañando más a un republicanismo que siempre ha tenido tendencias más aislacionistas que los demócratas. Fue la cifra más alta lograda por lo que en EEUU se denomina derogatoriamente un tercer partido desde que en 1912 Theodore Roosevelt alcanzó con el Partido Progresista, que él había creado, el 27,4%.

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