Raphael, que nació en 1943 en Andalucía, lleva sobre su espalda decenas de giras mundiales, actuaciones en los teatros más importantes: Carnegie Hall, Paramount de Nueva York, Opera House de Sydney o el Olympia de París; y cientos de puestas en escena en los estadios de fútbol de las principales capitales del mundo...
Con todo ello, Raphael puede decir que se ha hecho a sí mismo y que, como otros grandes maestros de la música, ha creado una escuela: el raphaelismo.
Una doctrina que mueve a millones de mujeres en todo el mundo.
A pesar de tener el sabor del triunfo siempre en sus labios, el cantante español reconoce que parte de su éxito se lo debe a la pobreza.
'Enseñarme, a mí no me ha enseñado nadie. El hambre y la penuria son los que han afinado mi voz'.
Raphael vino al mundo en Linares, en el seno de una familia humilde, y nada más nacer se empapó de notas y letras.
Los Escolapios le dieron de comer, durante años, a cambio de contar con su voz en el coro. Y él, con su barriguita llena, cantaba y cantaba porque de alguna forma intuía que ése era el único camino que le llevaría lejos de la miseria.
A principios de los años sesenta, llegó su primera gran oportunidad.
Con el Festival de Benidorm, Raphael se metió en el bolsillo a todo el viejo continente. Incluso, a los críticos que dijeron que cada concierto suyo parecía el primero y el último de su vida.
'Yo me debo al público, por ellos soy lo que soy ¿cómo no voy a morir en cada concierto que doy?'.
Con todo ello, Raphael puede decir que se ha hecho a sí mismo y que, como otros grandes maestros de la música, ha creado una escuela: el raphaelismo.
Una doctrina que mueve a millones de mujeres en todo el mundo.
A pesar de tener el sabor del triunfo siempre en sus labios, el cantante español reconoce que parte de su éxito se lo debe a la pobreza.
'Enseñarme, a mí no me ha enseñado nadie. El hambre y la penuria son los que han afinado mi voz'.
Raphael vino al mundo en Linares, en el seno de una familia humilde, y nada más nacer se empapó de notas y letras.
Los Escolapios le dieron de comer, durante años, a cambio de contar con su voz en el coro. Y él, con su barriguita llena, cantaba y cantaba porque de alguna forma intuía que ése era el único camino que le llevaría lejos de la miseria.
A principios de los años sesenta, llegó su primera gran oportunidad.
Con el Festival de Benidorm, Raphael se metió en el bolsillo a todo el viejo continente. Incluso, a los críticos que dijeron que cada concierto suyo parecía el primero y el último de su vida.
'Yo me debo al público, por ellos soy lo que soy ¿cómo no voy a morir en cada concierto que doy?'.
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