Debajo del acero y concreto, en el Estadio Cuauhtémoc se mantiene semioculto un mural creado por el artista mexicano Jesús Corro Ferrer, que fue uno de los símbolos del inmueble desde 1968, año de su inauguración hasta 1986, cuando se remodeló para la Copa del Mundo, y que podría alcanzar un valor económico de entre 60 y 70 millones de pesos, de acuerdo a un cálculo realizado por el hijo del artista, Vicente Corro. Originalmente, la capacidad del recinto era de 35 mil personas y pudo albergar juegos de futbol de los XIX Juegos Olímpicos, además de partidos de México 1970; sin embargo, debido a los requerimientos de la FIFA para que fuera una de las sedes para el Mundial de 1986, debió aumentar su aforo a 42 mil 648 espectadores, lo que obligó una remodelación que enterró parte de su historia y una joya artística que para entonces era ya un símbolo de Puebla. Corro Ferrer nunca fue avisado de que su obra sería cubierta y solo se enteró hasta que regresó al estadio para disfrutar de un partido cuando se dio cuenta que habían colocado una enorme trabe frente a ella que serviría de soporte para una nueva tribuna en la zona poniente. A partir de entonces muchas charlas, negociaciones y trabajo con el fin de salvarla, labor que no vería fructificar, ya que murió en marzo de 2016. En la familia nunca tuvieron algún estudio de gobierno o instituciones artísticas como el INAH en el que se autorizara la ejecución de la remodelación, si es que las hubo; además de que existe la convicción de hubo dolo de las autoridades estatales que entonces eran encabezadas por el gobernador Guillermo Jiménez Morales. En un espacio de 86.4 metros cuadrados, se pueden apreciar las representaciones del Huey Tlatoani Cuauhtémoc y al dios prehispánico Macuilxóchitl junto a un juego de pelota, además de un idílico partido entre La Franja y la Selección Mexicana. Todo logrado gracias a cerca de un millón de pequeñas piezas vítreas venecianas, algunas de ellas cubiertas en oro, que fueron juntadas cual rompecabezas.
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