La Sra. Wallace está poseída por una inquietante premonición de que el amor de su marido está decayendo, y la verdad es que sus temores están bien fundados, pues aunque no sabe nada concluyente, todavía hay una razón, y esa razón es Vera Blair, una chica del espectáculo, que, creyendo que Frederick Wallace es un hombre soltero, se siente atraída por él y le fascina con éxito. Ha pasado varias tardes en su compañía y ahora la encuentra irresistible. Por eso, cuando recibe una nota pidiéndole que la acompañe a una pequeña cena después del espectáculo, se apresura a cumplirla. Esta nota cae en manos de la esposa, que está fuera de sí por el dolor, cuando aparece Bob Martin, un amigo de la familia. Al enterarse de la causa de su dolor, sugiere un plan para curar a Fred de su locura. Este remedio consiste en pagarle con su propia moneda, a saber: visitar el café en su compañía y fingir un abandono temerario, poniendo así el "zapato en el otro pie". Por muy repugnante que le resulte este procedimiento, se ve inducida a consentir ya que significará una cosa u otra de forma decisiva. Fred ha llegado a la puerta de la diligencia y, tras reunirse con la chica, acaba de salir hacia el café cuando la esposa y el amigo aparecen en la distancia. Le siguen y aseguran la cabina privada contigua a la que ocupan Fred y la chica. No pasa mucho tiempo antes de que Fred oiga el tintineo de las copas y una risa divertidísima que es inconfundiblemente la de su mujer. Apartando sigilosamente la cortina que separa las cabinas, la visión que le recibe le hiela la sangre, pues allí está su mujer, con una copa de vino vacía en la mano, aparentemente en estado de leve embriaguez, acompañada de su amigo más querido, en un instante se le sube a la cabeza la rabia. Su mujer en un lugar así bebiendo con su amigo, ¡increíble! Ah! pero aún no aprecia la enormidad de su propia culpa. Llevando a la chica a otra habitación mediante un subterfugio, irrumpe sobre lo que considera la pareja culpable. Urgida por el amigo, la esposa sigue haciendo su papel, aunque su corazón está a punto de romperse, y casi se rebela. En ese momento, la muchacha vuelve a buscar los guantes que se le cayeron y se entera de que él es un hombre casado. Le desprecia con más vehemencia aún de la que parece tener su esposa, y se marcha, marchándose ésta al mismo tiempo. Al quedarse solo, se da cuenta de su despilfarro y del valor del amor de su esposa, que imagina haber perdido. Mientras está sentado solo, se encuentra en el fondo de la desesperación cuando ve sobre la mesa un vaso de agua lleno de vino, ahora lo tiene claro. Su mujer no bebía, sino que vertía el vino en este vaso y fingía estar embriagada para mostrarle el error de su camino, que ahora ve con demasiada claridad. Qué desgraciado ha sido. Qué joya es ella al sufrir la indignidad por él. Levantándose de la mesa, se apresura a volver a casa con el firme propósito de enmienda, otorgándole el amor y la atención que ella ansiaba.
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