Gran Canaria, la isla desbordada

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Arguineguín (Gran Canaria), 18 oct (EFE), (Imagen: María Traspaderne).- Dos hileras de vallas amarillas marcan la frontera. A un lado, centenares de inmigrantes recuperan fuerzas en tiendas de lona de días en el mar que dejarán cicatriz. Al otro, voluntarios les dan comida y lanzan besos a través de las mascarillas, bajo la atenta mirada de los policías.
Cae la tarde, húmeda y calurosa, en el muelle de Arguineguín, una pequeña localidad al sur de Gran Canaria símbolo y testigo involuntaria de un fenómeno migratorio que desafía todos los pronósticos, desborda la red de acogida y tensa el debate social. Ya van 8.102 migrantes llegados a las costas canarias hasta el 15 de octubre, ocho veces más que a estas alturas en 2019. De ellos, unos 6.000 a Gran Canaria.
En el muelle están Abdo y otras 330 personas, que esperan días durmiendo sobre mantas en el asfalto hasta que los deriven a un hotel o a otro centro de acogida. Son el resultado del goteo constante de barcas, que se acelera cada año por estas fechas. Solo en 36 horas, el 9 de octubre y la noche del 10, llegaron 1.050 personas a la isla, una cifra nunca vista desde la crisis de los cayucos de 2006.
Después de pagar entre 1.500 y 2.000 euros, afirman ellos, ahora esperan en el muelle vestidos de "uniforme": pulsera verde con su número de filiación, chándal y deportivas negras, las que les dieron a su llegada tras desprenderse de capas de ropa manchada de sal, gasolina, sudor y más.
Abdo, marroquí de 23 años, no tuvo suerte y un viaje de dos días se convirtió en una semana de pesadilla. "Éramos 25 personas en la barca, sin comida, sin agua. Algunos estaban enfermos, cansados, como inconscientes", dice a Efe en un inglés básico y admite que, claro, tuvo miedo, a morir, porque "el mar no estaba bien y las olas eran muy altas".
1.000 KM DE MAR Y MUERTE
El de Abdo es el camino corto desde Marruecos, pero muchos, sobre todo desde agosto, llegan a Canarias desde Senegal, Mauritania o incluso Gambia a bordo de cayucos, enormes barcas multicolores que pueden llegar a alojar a 180 personas.
Costean al principio, hasta que cruzan en la zona más cercana a las islas y recorren distancias de más de 1.000 kilómetros en total. Es la vía más peligrosa de la llamada "frontera sur", mucho más que las mediterráneas, y deja a su paso muertos difíciles de contabilizar.
Desde Senegal, navegan unos diez días sentados sobre una tabla de madera sin poder mover un músculo, a riesgo de que la barca zozobre y alguien pueda caer a un mar que se lo tragaría irremediablemente. Sería un peso plomo de tres capas de ropa para combatir el frío que no se quitan ni para hacer sus necesidades.
Llegados a Arguineguín se encuentran con un semáforo invisible. El que marca la doble hilera de vallas y al que ha obligado la pandemia. La luz está roja del lado de los inmigrantes. Esperan sus PCR y no pueden mezclarse ni con los de otras pateras ni con los voluntarios, que solo están autorizados a entrar con un EPI. Cada patera o do

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