La moderna fiebre de los minerales pone en jaque una de las últimas grandes zonas salvajes de América del Norte.
Shawn Ryan recuerda los años de hambre, antes del primer golpe de suerte. Este buscador de oro vivía con su familia en una caseta hecha con chapas de metal en las afueras de Dawson, la que fuera una próspera ciudad a orillas del Klondike y que para entonces se había convertido en un recuerdo fantasmagórico de sus antiguos días de gloria. Los Ryan no tenían ni 200 euros y vivían sin agua corriente y sin luz. Una noche en que el viento se colaba por las rendijas, la mujer de Ryan, Cathy Wood, expresó su temor de que sus dos hijos murieran congelados.
Hoy la pareja puede adquirir –y calentar– cualquier vivienda en cualquier lugar del mundo. Al descubrir lo que resultó ser un tesoro enterrado por valor de miles de millones de dólares, Ryan reinoculó la fiebre del oro en el Yukón, que de nuevo atrae a buscadores de fortuna en cantidades inauditas desde la década de 1890. La fiebre de los minerales ha resucitado los bares y hostales de Dawson, cuyas fachadas inclinadas por el viento relucen en tonos pastel bajo el tardío crepúsculo de mediados del verano. La estampa bien podría ser decimonónica: un bullicio de hombres con barba por las pasarelas de madera y las calles embarradas, risotadas y rumores sobre los últimos hallazgos y picos de precios.
Durante la primera «estampida» de la fiebre del oro del Klondike, los buscadores se afanaban en los riachuelos de la zona armados de picos, palas y bateas. La minería actual implica mover cargas ingentes con un ejército mecanizado de bulldozers, equipos de perforación y obreros llegados en avión. El boom de los registros de concesiones se ha desinflado desde la estabilización del precio del oro, pero la alta demanda de minerales y la normativa en el Yukón, favorable al sector, siguen atrayendo empresas mineras procedentes de lugares tan lejanos como China.
Sobre las instalaciones de Shawn Ryan –un complejo en continua expansión ubicado en la periferia de la ciudad– atruenan sin cesar los helicópteros que trasladan prospectores pertrechados de GPS desde las remotas cordilleras a la base y viceversa. Ryan tiene 50 años, pero irradia el entusiasmo y el ímpetu de un hombre mucho más joven. «En este momento, este es el proyecto de prospección geoquímica más importante del mundo –dice–. Y quizá de todos los tiempos.»
Shawn Ryan recuerda los años de hambre, antes del primer golpe de suerte. Este buscador de oro vivía con su familia en una caseta hecha con chapas de metal en las afueras de Dawson, la que fuera una próspera ciudad a orillas del Klondike y que para entonces se había convertido en un recuerdo fantasmagórico de sus antiguos días de gloria. Los Ryan no tenían ni 200 euros y vivían sin agua corriente y sin luz. Una noche en que el viento se colaba por las rendijas, la mujer de Ryan, Cathy Wood, expresó su temor de que sus dos hijos murieran congelados.
Hoy la pareja puede adquirir –y calentar– cualquier vivienda en cualquier lugar del mundo. Al descubrir lo que resultó ser un tesoro enterrado por valor de miles de millones de dólares, Ryan reinoculó la fiebre del oro en el Yukón, que de nuevo atrae a buscadores de fortuna en cantidades inauditas desde la década de 1890. La fiebre de los minerales ha resucitado los bares y hostales de Dawson, cuyas fachadas inclinadas por el viento relucen en tonos pastel bajo el tardío crepúsculo de mediados del verano. La estampa bien podría ser decimonónica: un bullicio de hombres con barba por las pasarelas de madera y las calles embarradas, risotadas y rumores sobre los últimos hallazgos y picos de precios.
Durante la primera «estampida» de la fiebre del oro del Klondike, los buscadores se afanaban en los riachuelos de la zona armados de picos, palas y bateas. La minería actual implica mover cargas ingentes con un ejército mecanizado de bulldozers, equipos de perforación y obreros llegados en avión. El boom de los registros de concesiones se ha desinflado desde la estabilización del precio del oro, pero la alta demanda de minerales y la normativa en el Yukón, favorable al sector, siguen atrayendo empresas mineras procedentes de lugares tan lejanos como China.
Sobre las instalaciones de Shawn Ryan –un complejo en continua expansión ubicado en la periferia de la ciudad– atruenan sin cesar los helicópteros que trasladan prospectores pertrechados de GPS desde las remotas cordilleras a la base y viceversa. Ryan tiene 50 años, pero irradia el entusiasmo y el ímpetu de un hombre mucho más joven. «En este momento, este es el proyecto de prospección geoquímica más importante del mundo –dice–. Y quizá de todos los tiempos.»
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